Centro de Arte Rafael Botí

11 abril al 19 de mayo

Comisario: Xosé Garrido

Simulacrum Bourrée

Jordi Bernadó

Simulacrum: témino inglés, adoptado directamente del latín (simulâcrum). Representación o imitación de una persona o cosa. Baudrillard argumenta que un simulacro no es una copia de lo real, sino que se convierte en verdad por derecho propio, también conocido como hiperreal.

 Bourrée: término francés que designa una danza popular de origen tradicional de Auvernia que posteriormente fue adaptada a una forma estilizada y culta en el periodo barroco entre los siglos XVII y XVIII. Se ejecuta entre dos personas y se compone, normalmente, de dos partes.

Bernadó se presenta cada vez como erudito, historiador, arquitecto, sociólogo, aunque la mayoría de las veces es narrador; con una aparente desenvoltura estilística basada en el rigor extremo de sus composiciones y un perfecto dominio de las gamas cromáticas, Bernadó utiliza el vocabulario de la fotografía documental y establece un protocolo visual perfectamente articulado —distanciamiento del sujeto, encuadre suficientemente abierto para englobar la escena entera, punto de vista neutral— y desarrolla una narración basada en el análisis preciso de los lugares, los hechos históricos, y todo ello dentro de un tiempo determinado: de algún modo, la regla de oro de la composición del teatro clásico francés del siglo XVII.

Todo parece sencillo, las fotografías fluyen, una tras otra, en un orden razonable y razonado, los capítulos se suceden y desvelan rigurosamente el territorio, la Historia, la arquitectura y la cultura.

Pero en el momento en que crees haberlo comprendido todo surge una duda nacida de la ironía de las citas repetidas con frecuencia y de la fuerza subversiva del simulacro. Es entonces, a la vista de esas imágenes, cuando hay que volverse más prudente y empezar a descodificar el relato, o al menos intentar hacerlo con precaución.

De igual forma, su evocación de los grandes acontecimientos de nuestra Historia vacila entre el rigor narrativo que establece el decorado y que constata la veracidad histórica y la tendencia humorística de esas ficciones que travisten la realidad. Nos perdemos entonces en la ambigüedad del relato, en las dislocaciones de la Historia y en esa yuxtaposición incongruente de hechos y lugares, como cuando vemos, en una fotografía suya, a Luis XIV posando entre dos columnas griegas en un lujoso comedor contemporáneo de Niza. Sin embargo, Jordi no duda en deshacer la ambigüedad cuando estas yuxtaposiciones, o colisiones entre tiempos y espacios, resultan excesivas. Nos recuerda con delicadeza que es indispensable desconfiar de lo que vemos y que se trata de una ficción: el simulacro instala, sobre todo, una dimensión construida y articulada sobre las expectativas del que mira: la posibilidad razonable de que algo suceda.

Entonces, Bernadó enfoca todavía más su engañoso dispositivo de percepción. Consciente ya de que la ficción no está en su fotografía sino en la mirada de quien la observa, decide recorrer hasta el final el camino de la ambigüedad. Dejando sus imágenes abiertas, somos los espectadores los responsables de nuestra percepción.

El ansia de descubrir la mentira, sin embargo, es nuestra, de los lectores. Bernadó solo se preocupa de proporcionarnos los instrumentos para un ejercicio de desconfianza en las certezas que aún puedan tenerse respecto a la fiabilidad de la fotografía.

Pero si bien es cierto que Jordi Bernadó, como demuestra la secuencia de libros personales que ha realizado en los últimos diez años, ama los proyectos que juegan en el filo de la ambigüedad y la paradoja, no es menos cierto que con el lenguaje de la verdad nos cuenta la verdad, no solo la suya. Se ha dicho que utiliza el color y la ligereza; se ha dicho que utiliza la ironía y la sonrisa. Pero interviene con astucia mistificadora en nuestros sistemas perceptivos para obligarnos a mirar lo que no vemos y nos ofrece, por desgracia, la más «sincera» de las lecciones. Porque con el tiempo Bernadó se ha convertido en uno de los investigadores más agudos de las locuras que el mundo contemporáneo ha realizado sobre el territorio, sobre los espacios públicos y privados. Lo ha hecho con una compostura visual serena, con luminosidad, pero también con malicia: confiándonos conscientemente la búsqueda de significados, buscando nuestra comprensión cómplice, pero delegando en nosotros la crítica y el juicio.

La exposición que planteamos no es una retrospectiva de la obra del autor, como tampoco es una selección de obras representativas de los rasgos estilísticos y temáticos que mejor puedan definir al artista. Es, al contrario, una intervención sobre su obra que trata de ‘rastrear’, en primer lugar, la compleja y particular relación que el autor establece con el territorio y el espacio en el que se ha desarrollado hasta nuestros días la cultura occidental y, en segundo lugar, el dialogo que estas representaciones establecen con el espectador. Es ‘indagar’ en esa idea, ya descrita, del simulacro, en su fuerza subversiva, como forma de pensar nuestra cultura y como reflexión sobre una realidad que sólo se revela posible si se establece en comunión espectatorial con el observador. ‘Rastrear’ e ‘indagar’ en el signo fundacional, y en sus traslaciones, sus mutaciones y sus traslocaciones.

Para ello se ha desarrollado un itinerario donde una selección de fotografías de varios trabajos de Bernadó (+ un film), ahora reubicadas y reagrupadas, se distribuyen en dos partes donde los conceptos de cartografía, representación y puesta en escena adquieren una importancia nuclear y atraviesan transversalmente, desde un extremo al otro, cada una de las imágenes que forman parte de las diferentes secuencias de la exposición.

 

Fuente: bienaldefotografia.cordoba.es